viernes, 22 de agosto de 2014

De teletextos y hombres




A mi padre por aguantarme, que no es poco, y a Rubén por inspirarme la historia.


Algunos dirían que la fascinación de mi padre por el teletexto traspasa los límites de lo racional y lo pasional. Desde que tengo uso de razón he visto como día tras día hace uso del perenne sistema para buscar información sobre actualidad, previsiones meteorológicas, datos de película que estamos viendo –o al menos intentando ver, mientras él se deja llevar por su tecnología fetiche- , los resultados de la liga de fútbol –que nunca le interesó- o los movimientos de la bolsa.

A menudo le he observado entrar en una especie de trance, con su mente totalmente abstraída del mundo terrenal mientras lee noticias irrelevantes, pasando de página constantemente en una orgía de letras de colores que sólo él parece comprender. Siempre recuerdo a los “verdaderos humanos” de la película “Matrix”, capaces de descodificar mentalmente sistemas de letras y signos en la pantalla de su ordenador, viendo en ellos verbo e imagen. El caso de mi padre se me hacía similar, ¿Realmente estaba leyendo las últimas declaraciones de Alfredo P. Rubalcaba ante la bajada de la prima de riesgo, o estaba descifrando algún tipo de mensaje oculto, ininteligible para el resto de usuarios del teletexto?

Como todas las grandes verdades, la respuesta se reveló por sí sola. 

Aquella tarde me encontraba cansado y decidí dormir una siesta, algo extremadamente raro en mí. Me desperté con la noche entrada, tan agotado como sediento. Quizás mi agotamiento me hiciese ignorar el murmullo que provenía del salón, quizás también fuese mi atontamiento lo que me hizo no encender la luz, y caminar a oscuras hasta la cocina.  Quizás esos fuesen los motivos por lo que ignoré la fijación con la que mi gata observaba desde la puerta lo que sucedía dentro del salón.

Bebí un vaso de agua en silencio y giré sobre mí mismo, rumbo al salón. Fue entonces cuando advertí la visible incomodidad de la gata que al acercarme se retiró en silencio con el pelo erizado. Extrañado, decidí ayudarme de mis pies descalzos para moverme con sigilo y entrar en silencio en aquella poco iluminada sala de donde comencé a percibir unos extraños murmullos.

Desde apenas un paso tras la puerta pude contemplar la escena. La tenue luz de dos velas iluminaba a un hombre que se hallaba de rodillas frente a la televisión, observándola con los ojos en blanco, en un estado de total trance que le alejaba del mundo real, reduciendo su cosmos a la televisión y él, cosmos solo violado por un agente exógeno: el mando a distancia que su mano derecha sujetaba con firmeza.

Aquel hombre no era ningún desconocido, era mi padre.

Noté un escalofrío por todo el cuerpo. Deseaba salir corriendo de ese lugar y olvidar para siempre la escena que mis ojos contemplaban incrédulos, no reconocía a mi progenitor en aquel tétrico hombre que rodeado de velas parecía murmurar algún tipo de oración, pero paralelamente era incapaz de irme de ahí: algo me ataba a aquel lugar, a aquel momento, algo en mi interior parecía llamarme desde las profundidades de mi subconsciente, invitándome a presenciar aquella ceremonia y quién sabe si tomar parte.

Los murmullos de la oración de mi padre subían de volumen, adquirían una profundidad y una resonancia que trascendían las propiedades físicas del sonido haciéndome dudar de si aquellas palabras pronunciadas en una oscura variante arcana del pachuezo eran realmente murmullos o potentes alaridos que hacían retumbar las paredes de mi casa. En cualquier caso, eclipsaban todo sonido que yo pudiese producir, contribuyendo a que mi presencia pasase inadvertida mientras mi padre continuaba en frente de la televisión, donde pude observar que estaba abierta la página 666 del teletexto. 
Imagen tomada de: senotaelpixel.blogspot.com.es

Llegado a cierto punto, la sonoridad y volumen de las oraciones eran casi insoportables para mis tímpanos, lo que me obligaba a taparme los oídos con las manos. Pero lo más alucinante sucedía en la pantalla, donde la orgía de pixeles en la pantalla parecía tomar forma, una forma que no pude reconocer como humana, pero que indudablemente representaba a alguna forma de vida diferente a todo lo que yo había conocido. Esta forma iba cobrando dimensión en la pantalla, parecía salirse de ella. Creí ver una mueca de respeto en mi padre, como si tragase saliva. Entonces su oración cesó, y aquel ser habló.

-Basilio, me has llamado.


-Sí, grandeza. Hay algo que debe saber.  


-No hay nada que yo no sepa, nada que un acólito pueda mostrarme. Sólo hay obligaciones que cumplir. Dime, Basilio, ¿por qué no has inhabilitado la cuadra de Fulgencio? ¿Acaso has decidido desobedecer nuestras órdenes?


-Grandeza, yo quería hacerlo, pero...

-¡”Pero” no es una excusa ante nuestra estirpe! ¿Has olvidado todo lo aprendido? ¿Has olvidado tu misión como alcalde de Babia del Yuso? ¿Has olvidado aquello por lo que te necesitamos y te ayudamos a conseguir el poder? ¡Debes obedecer, solo tú puedes instalar nuestro orden en el mundo, Basilio! Tu linaje representa a los elegidos en la tierra, ¡debes llevar a cabo nuestra voluntad!

El ser en el teletexto producía una doble sensación de calma e implacabilidad que me incomodaba. Parecía conocer a la perfección a mi padre, al que instruía sobre las medidas que debía tomar su gobierno y esa misteriosa misión que al parecer nuestra familia cargaba sobre sus hombros. 

En ese momento se oyó un repentino ruido proveniente de otra habitación: seguramente la gata había tirado algo al suelo. El ruido pareció poner sobre alerta a mi padre y el ser, lo que me hizo salir del salón de un salto, ante su amago de mirar hacia los lados. ¿Había sido descubierto? Muy probablemente, después de todo, ese ser que parecía saberlo todo y tener algún tipo de relación con “nuestro linaje” ya sabía que yo estaba ahí. Y lo toleraba. ¿Habría alguna misión destinada a mi persona en ese oscuro plan?

Me dirigí en sigilo hacia mi habitación mientras sentí que la luz del salón se encendía. Cerré la puerta con pestillo y deseé con todas mis fuerzas que mi padre no viniese. No era capaz de enfrentarme a esa doble vida que acababa de descubrir. No quería saber nada de misiones sobrenaturales de los Barriada en este mundo. En cualquier caso, el cansancio me vencía y pronto caí dormido.

Aquella noche soñé con mi abuelo, un hombre que vivió la mayor parte de su vida en Babia. Pero en aquel extraño sueño no interactuábamos. El estaba sentado delante de mí, dándome la espalda, con la mirada fijamente clavada en una pequeña televisión. En esa televisión, Paco Montesdeoca y José Antonio Maldonado presentaban las previsiones meteorológicas conjuntamente, en su eterno pulso por derribar al otro y convertirse en el mejor presentador de “el tiempo” de todos los tiempos, valga la redundancia. 

Aquella familiar escena que tantos años viví –mi abuelo abducido por “el tiempo”- me recordó de repente a la escena de mi padre y el teletexto… y tan pronto como ese pensamiento cruzó mi mente todo comenzó a mutar, las facciones de los presentadores cambiaron y se tornaron irreconocibles para la raza humana, la pantalla de distorsionó y la luz de la habitación se apagó. Sólo mi abuelo Recaredo permanecía ajeno a todo frente a la pantalla. Observé que tenía también los ojos en blanco y sentí el mismo escalofrío que había experimentado esa misma tarde. Ahora los seres en la pantalla parecían mirarme a mí, invitándome a participar en tan confusa relación. Balbuceé algo, pero mi abuelo me interrumpió con un “¡¡EEEHHHH!!”: Cualquier sonido que se interpusiese entre él y los hombres del tiempo era inadmisible para Recaredo Barriada. 

Desperté sobresaltado, cubierto de sudores fríos. La luz de la mañana penetraba entre las rejillas de mi persiana y me invitaba a salir de la cama. Estaba aturdido por todo vivido. Quería convencerme de que todo había sido un sueño, pero no sabía que pensar. Me dirigí al salón, donde la visión de mi padre sentado en el sofá y mirando el teletexto me dejó paralizado. Ahí estaba él, ajeno de nuevo a todo, leyendo alguna noticia de actualidad política. Ante tan familiar escena, sentí cierta tranquilidad, tal vez todo hubiese sido un mal sueño. Si realmente hubiese sido descubierto observando a mi padre tratar con seres superiores a través del teletexto, él no actuaría con tanta naturalidad al verme de nuevo.

Leí en silencio algo de la noticia que estaba observando. El nuevo líder del PSOE prometía a los votantes socialistas traer definitivamente el laicismo a las escuelas e instituciones. En ese momento mi padre pareció prestar atención a mi presencia, y murmuró en voz baja, mientras sacudía suavemente la cabeza.

-Qué morro tienen, ahora lo proponen, vergüenza les debería dar.

Entonces se giró hacia mí y me saludó, mientras me guiñaba con ojo con misteriosa complicidad.

-Buenos días, hijo. 


 

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